Hace muchos milenios estuve de paso en Inglaterra. Digo de paso porque era uno de esos viajes en que el destino final, como de costumbre, era España. Ni me acuerdo ya cual fue. Ahí descubrí que los ingleses, tan suyos ellos, se habían inventado un sistema enloquecedor para viajar. El vuelo internacional llegaba a Heathrow pero para viajar a cualquier otro punto de Europa uno tenía que ir a Gatwick Airport, que queda a más o menos una hora de distancia. En aquel momento había un precioso autobús que esperaba a los viajantes y los llevaba de un punto a otro sin mayores problemas. Incluso recuerdo que cuando llegué a Gatwick uno de los empleados de la aerolínea, mirándome con cara de compasión me indicó un lugar donde podía tomarme un café y fumarme un cigarrillo diciéndome que no me preocupara, que la obsesión norteamericana con el cigarrillo no era una realidad en Londres.
Al parecer, el ingenio británico, o la crisis, encontraron el modo de hacer de la experiencia un viaje dantesco que puede culminar, sin mucho esfuerzo, en el caos total o la demencia (¿hay diferencia?)
Este año decidí viajar a Lanzarote, vía Londres (sólo a mí se me ocurre, pero diré en mi descargo que el pasaje era carísimo a pesar de ser el más barato que encontré) Hoy, curada ya de esa locura, creo que es hora de contar lo que pasó. Para que me entiendan, para que me compadezcan, no sé, para que se rían un poco, tal vez.
Resulta que llego a Heathrow que, como de costumbre y en esto nada ha cambiado con los años, era un gallinero. Cansada, malhumorada (los viajes de más de cinco horas me ponen así) empecé a buscar el autobús de antaño que me llevara a Gatwick. Nada de nada, el autobús no aparecía y sin él, mis chances de poder tomar el avión a Lanzarote se esfumaban. De pronto veo la oficina de INFORMACIÓN y como buen turista me apropincuo y le dijo al sujeto del mostrador "How do I get to Gatwick?" Supuse que era una pregunta razonable, por lo que me sorprendí mucho cuando el sujeto me miró con cara de espanto y me dijo "It's 19 quid!" Por suerte no me puse a buscar en un diccionario (que por otra parte no tenía) y fue sólo gracias a las series británicas de la BBC que sabía que "quid" en Inglaterra quiere decir "libras" (la tele no es tan mala después de todo) Lo miré sin amedrentarme y le espeté "As if they were 2.0000. What I need to find out is how to get there, not how much it costs" El monstruo de las relaciones internacionales me miró con cara de trapo y me dijo "You have to take a bus" (aparentemente, reconoció por mi acento que no era local y decidió ayudarme un poco, pero no mucho, no fuera cosa que me quedara en Londres a vivir) Sintiendo que nos íbamos acercando a una revelación importante, le dije: "Yes, but how and where do I do that?" Por única respuesta recibí "you have to go to the bus terminal" y eso fue todo.
"Empieza bien el viaje", pensé yo. Armándome del sentido de la aventura, que mi malhumor empezaba a enterrar junto con este muchacho a quien quería pegarle una, me puse a buscar frenéticamente la malhadada estación de autobuses. Finalmente, después de una media hora, conseguí que un pakistaní, muy amable, me dijera dónde estaba la estación y arremetí con carrito y valijas contra la marea humana que bloquea, de manera constante, todo intento de movimiento en ese aeropuerto.
Finalmente llegué a Gatwick.
Si París era una fiesta, no lo sé, pero lo cierto es que Gatwick era un Zoológico. Ciertamente había dejado de ser el aeropuertito más o menos tranquilo que yo conocí en alguna época para convertirse en una especie de agujero negro dedicado a absorber y retener cualquier esperanza de viaje hacia el exterior. Lo que vi no fue gente esperando sino ganado (al mejor estilo La Rural). Después de unos segundos de contemplar este rodeo humano, me di cuenta de que sería practicamente imposible tomar el avión a Lanzarote. La cola tenía kilómetros de zigzagueantes viajeros con carritos cargados de equipaje, niños, biberones, abuelas al borde del colapso y todo tipo de paquetes. De vez en cuando, unos señores con planillas (mi mente los bautizó "cowboys con picanas") rodeaban la marea humana gritando ciudades y sacando gente del montón para saltar la cola. De mi vuelo (que salía en una hora) ni noticias. Finalmente después de quince minutos escuchando quejas en cinco idiomas (más los que no entendía), decidí colarme sola. La argentinidad me salvó. Consigné el equipaje del mismo modo en que lo había hecho en Chicago y enfilé para la cola de seguridad.
Cuando llegué ahí, la desazón se convirtió en franca desesperación. Un señor se encargó de informarme, con cara de risa (y por primera vez desde que estaba en el aeropuerto) que British Airways sólo aceptaba un bolso por pasajero y que debía volver a la cola para consignar mi bolso de mano. Le pregunté cómo quería que hiciera eso si mi avión salía en 30 minutos y la cola para seguridad era tan inmensa que la gente se colaba por turnos. El señor, sin dejar la cara de risa, encongió los hombros y se dedicó a ignorarme. Creo que hasta le hacía gracia el asunto. Vaya uno a saber, o a lo mejor alguien le habría contado un buen chiste, que por supuesto no compartió conmigo.
Traté de encontrar a alguien que me ayudara pero aparentemente los empleados de aeropuerto están entrenados en una escuela para felinos. Cuando uno los llama, miran para otro lado, se dan la vuelta y lo ignoran a uno olímpicamente. Faltaba que me mostraran el culo, como hace mi gato.
De pronto, mis ojos se cruzaron con un precioso cartelito (circular, con una banda roja que atraviesa un humeante cigarrillo) y mi cerebro empezó a concebir la más maquiavélica de las ideas. Rebusqué en el bolso y encontré el atado de Marlboro, saqué uno, lo prendí y me dediqué a fumarlo con cara de placer en medio del hall del aeropuerto.
No pasaron dos segundos. Antes de la segunda pitada, me rodearon cinco empleados del aeropuerto (completos con walkie-talkie) diciéndome que estaba prohibido fumar en el aeropuerto y que si no apagaba el cigarrillo harían traer a la policía (en Inglaterra no tienen pistolas así que, realmente, mucho no me podían hacer). Los miré con mi mejor cara de "¿Y a mí, qué?" y les dije con una sonrisa "Well... now that I have your attention, could you, please, get your priorities checked and help me get out of this blasted airport and into my flight? I will put out my cigarette as soon as you do that."
Aparentemente, no era tan difícil (cuando uno conoce gente, claro) porque con la amenaza de que todavía me quedaba medio atado de cigarrillos, se produjo el milagro. Me llevaron a un escritorio de British Airways donde pude consignar el bolso y me escoltaron hasta la puerta de salida de seguridad (pasé en menos de cinco minutos) donde, finalmente, me alcanzaron un cenicero y apagué el bendito cigarrillo, rehen milagroso en mi vida de criminal principiante.
Tuvieron que llamar a la puerta de embarque para que me esperaran porque me faltaba cruzar el desierto de Atacama para llegar a la misma, pero llegué. El que estaba en la puerta de embarque me miró con cara de pocos amigos y me dijo, como si yo no lo supiera: "You are late". Sin ningún tipo de cargo de conciencia, lo miré fijamente a los ojos y, recuperando el aliento después de la carrera de como kilómetro y medio, le dije que había sido la incompetencia de su compañía la que se había encargado de que llegara tarde y que si tenía algo más para decirme me iba a tener que dar fuego porque me habían confiscado el encendedor en Chicago y había usado el último fósforo en prender el cigarrillo salvador. Algo en mi tono de voz le debe haber indicado que lo decía en serio (por ahí le habían contado cómo fue que logré llegar) porque me pidió la tarjeta de embarque y se dejó de joder.
Debo decir que me sorprendió, la rapidez y la eficiencia con la que estos "servidores públicos", que aparentemente creían que su trabajo era impedirnos fumar, cumplieron su cometido al punto de resultar hasta eficientes en lo que realmente es su trabajo cuando tuve la osadía de prenderme un marlboro. Paradojas que tiene la vida. Si hubiera respetado la prohibición, todavía estaría en Gatwick tratando de salir.
Juro que nunca más me quejaré de Barajas.
Al parecer, el ingenio británico, o la crisis, encontraron el modo de hacer de la experiencia un viaje dantesco que puede culminar, sin mucho esfuerzo, en el caos total o la demencia (¿hay diferencia?)
Este año decidí viajar a Lanzarote, vía Londres (sólo a mí se me ocurre, pero diré en mi descargo que el pasaje era carísimo a pesar de ser el más barato que encontré) Hoy, curada ya de esa locura, creo que es hora de contar lo que pasó. Para que me entiendan, para que me compadezcan, no sé, para que se rían un poco, tal vez.
Resulta que llego a Heathrow que, como de costumbre y en esto nada ha cambiado con los años, era un gallinero. Cansada, malhumorada (los viajes de más de cinco horas me ponen así) empecé a buscar el autobús de antaño que me llevara a Gatwick. Nada de nada, el autobús no aparecía y sin él, mis chances de poder tomar el avión a Lanzarote se esfumaban. De pronto veo la oficina de INFORMACIÓN y como buen turista me apropincuo y le dijo al sujeto del mostrador "How do I get to Gatwick?" Supuse que era una pregunta razonable, por lo que me sorprendí mucho cuando el sujeto me miró con cara de espanto y me dijo "It's 19 quid!" Por suerte no me puse a buscar en un diccionario (que por otra parte no tenía) y fue sólo gracias a las series británicas de la BBC que sabía que "quid" en Inglaterra quiere decir "libras" (la tele no es tan mala después de todo) Lo miré sin amedrentarme y le espeté "As if they were 2.0000. What I need to find out is how to get there, not how much it costs" El monstruo de las relaciones internacionales me miró con cara de trapo y me dijo "You have to take a bus" (aparentemente, reconoció por mi acento que no era local y decidió ayudarme un poco, pero no mucho, no fuera cosa que me quedara en Londres a vivir) Sintiendo que nos íbamos acercando a una revelación importante, le dije: "Yes, but how and where do I do that?" Por única respuesta recibí "you have to go to the bus terminal" y eso fue todo.
"Empieza bien el viaje", pensé yo. Armándome del sentido de la aventura, que mi malhumor empezaba a enterrar junto con este muchacho a quien quería pegarle una, me puse a buscar frenéticamente la malhadada estación de autobuses. Finalmente, después de una media hora, conseguí que un pakistaní, muy amable, me dijera dónde estaba la estación y arremetí con carrito y valijas contra la marea humana que bloquea, de manera constante, todo intento de movimiento en ese aeropuerto.
Finalmente llegué a Gatwick.
Si París era una fiesta, no lo sé, pero lo cierto es que Gatwick era un Zoológico. Ciertamente había dejado de ser el aeropuertito más o menos tranquilo que yo conocí en alguna época para convertirse en una especie de agujero negro dedicado a absorber y retener cualquier esperanza de viaje hacia el exterior. Lo que vi no fue gente esperando sino ganado (al mejor estilo La Rural). Después de unos segundos de contemplar este rodeo humano, me di cuenta de que sería practicamente imposible tomar el avión a Lanzarote. La cola tenía kilómetros de zigzagueantes viajeros con carritos cargados de equipaje, niños, biberones, abuelas al borde del colapso y todo tipo de paquetes. De vez en cuando, unos señores con planillas (mi mente los bautizó "cowboys con picanas") rodeaban la marea humana gritando ciudades y sacando gente del montón para saltar la cola. De mi vuelo (que salía en una hora) ni noticias. Finalmente después de quince minutos escuchando quejas en cinco idiomas (más los que no entendía), decidí colarme sola. La argentinidad me salvó. Consigné el equipaje del mismo modo en que lo había hecho en Chicago y enfilé para la cola de seguridad.
Cuando llegué ahí, la desazón se convirtió en franca desesperación. Un señor se encargó de informarme, con cara de risa (y por primera vez desde que estaba en el aeropuerto) que British Airways sólo aceptaba un bolso por pasajero y que debía volver a la cola para consignar mi bolso de mano. Le pregunté cómo quería que hiciera eso si mi avión salía en 30 minutos y la cola para seguridad era tan inmensa que la gente se colaba por turnos. El señor, sin dejar la cara de risa, encongió los hombros y se dedicó a ignorarme. Creo que hasta le hacía gracia el asunto. Vaya uno a saber, o a lo mejor alguien le habría contado un buen chiste, que por supuesto no compartió conmigo.
Traté de encontrar a alguien que me ayudara pero aparentemente los empleados de aeropuerto están entrenados en una escuela para felinos. Cuando uno los llama, miran para otro lado, se dan la vuelta y lo ignoran a uno olímpicamente. Faltaba que me mostraran el culo, como hace mi gato.
De pronto, mis ojos se cruzaron con un precioso cartelito (circular, con una banda roja que atraviesa un humeante cigarrillo) y mi cerebro empezó a concebir la más maquiavélica de las ideas. Rebusqué en el bolso y encontré el atado de Marlboro, saqué uno, lo prendí y me dediqué a fumarlo con cara de placer en medio del hall del aeropuerto.
No pasaron dos segundos. Antes de la segunda pitada, me rodearon cinco empleados del aeropuerto (completos con walkie-talkie) diciéndome que estaba prohibido fumar en el aeropuerto y que si no apagaba el cigarrillo harían traer a la policía (en Inglaterra no tienen pistolas así que, realmente, mucho no me podían hacer). Los miré con mi mejor cara de "¿Y a mí, qué?" y les dije con una sonrisa "Well... now that I have your attention, could you, please, get your priorities checked and help me get out of this blasted airport and into my flight? I will put out my cigarette as soon as you do that."
Aparentemente, no era tan difícil (cuando uno conoce gente, claro) porque con la amenaza de que todavía me quedaba medio atado de cigarrillos, se produjo el milagro. Me llevaron a un escritorio de British Airways donde pude consignar el bolso y me escoltaron hasta la puerta de salida de seguridad (pasé en menos de cinco minutos) donde, finalmente, me alcanzaron un cenicero y apagué el bendito cigarrillo, rehen milagroso en mi vida de criminal principiante.
Tuvieron que llamar a la puerta de embarque para que me esperaran porque me faltaba cruzar el desierto de Atacama para llegar a la misma, pero llegué. El que estaba en la puerta de embarque me miró con cara de pocos amigos y me dijo, como si yo no lo supiera: "You are late". Sin ningún tipo de cargo de conciencia, lo miré fijamente a los ojos y, recuperando el aliento después de la carrera de como kilómetro y medio, le dije que había sido la incompetencia de su compañía la que se había encargado de que llegara tarde y que si tenía algo más para decirme me iba a tener que dar fuego porque me habían confiscado el encendedor en Chicago y había usado el último fósforo en prender el cigarrillo salvador. Algo en mi tono de voz le debe haber indicado que lo decía en serio (por ahí le habían contado cómo fue que logré llegar) porque me pidió la tarjeta de embarque y se dejó de joder.
Debo decir que me sorprendió, la rapidez y la eficiencia con la que estos "servidores públicos", que aparentemente creían que su trabajo era impedirnos fumar, cumplieron su cometido al punto de resultar hasta eficientes en lo que realmente es su trabajo cuando tuve la osadía de prenderme un marlboro. Paradojas que tiene la vida. Si hubiera respetado la prohibición, todavía estaría en Gatwick tratando de salir.
Juro que nunca más me quejaré de Barajas.
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